Yo soy la tercera generación de la familia que partió de Vigo en barco.   Mis cuatro abuelos, que no se conocían entre sí, partieron independientemente de Vigo como emigrantes entre el 1900 y 1915, más o menos.  Años después, estimo que en 1926/27 mis abuelos volvían a partir de Vigo con mi padre, entonces de 9/10 años, y mi tío Secundino recién nacido, el único de los tres hermanos nacido en España.  De esa visita a la familia en Galicia conservo una foto de esas color sepia con mis abuelos a un lado, la otra hermana casada con su marido al otro lado y las dos hermanas aún solteras, de pie tras las sillas donde se sentaban los padres de las cuatro hermanas, mis bisabuelos.   A los abuelos ya se los veía prósperos.  Tenían una tienda y, como era habitual, vivían al fondo de la misma. Cambiar la tienda y mudarse eran todo uno.   Ya habían vendido la tienda anterior y aprovecharon el intervalo para poder visitar a la familia.  Mi padre, entonces, con 9 ó 10 años fue la segunda generación que partió de Vigo, aunque en una circunstancia muy diferente de la de sus padres.

Años después, yo volvería a partir de Vigo en el Stad Amsterdam, un velero de 3 mástiles con velas cuadras y 76 metros de eslora con destino a Las Palmas de Gran Canaria a la cual llegamos tras 11 días de navegación casi toda a vela y sin ver la costa.

Así pues, en tres generaciones, las partidas de Vigo se dieron en circunstancias muy diferentes.  Mis abuelos como emigrantes viajando en la categoría más modesta que permitía el paquebote, luego volvieron ya establecidos en la Argentina con su hijo, mi padre, quien entonces partió como pasajero regular y finalmente yo que partí en navegación deportiva.

Mis padres tuvieron oportunidad de volver a España y a Europa en general.  La primera vez, en 1966, de turistas: 60 días por toda Europa en bus.  Se separaron de la gira en Lisboa para continuar por su cuenta al norte hasta Galicia para visitar la familia.  Habíamos volado en avión, un Boeing 707 o un DC-8, no lo sé, pero esos eran los aviones que hacían ese trayecto.  Como no tenían el alcance de los actuales, el vuelo se hacía con paradas en Río de Janeiro, Brasil y Dákar, Senegal. Cada parada duraba un buen par de horas.

Que si de viajes largos hablamos, en el 61, viajamos a EEUU donde fuimos emigrantes durante un año.  El viaje fue en un Lockheed Super-Constellation, un cuatrimotor de hélice, no se si motor de pistones o turbo-hélice que, como todo avión de hélice viajaba a la mitad de la velocidad de un jet, por lo que el viaje era eterno.  Yo tenía 5 años y no lo recuerdo, pero tenemos fotos en Miami y me consta de una o varias paradas más intermedias, no se si en Lima, Perú o en Rio de Janeiro y La Guaira, Venezuela.

En ese viaje a Europa, en que yo tenía 10 años, todavía estaba en pie la casa de mi abuela, en Salceda de Caselas, en el cruce de las carreteras que la conectaban con Vigo, Ourense y Tuy, en la frontera con Portugal, uno de los principales cruces sobre el Miño.   Dado el progreso que ya en ese entonces estaba teniendo Galicia, la esquina de la casa de la abuela, muy bien situada frente a la plaza principal del pueblo y de buena construcción, estaba marcada para cortarle la esquina, pues la casa original no tenía chaflán u ochava y los camiones cada vez más grandes que transportaban el fruto del progreso que ya se atisbaba en la región no podían girar con comodidad y la casa también impedía la visibilidad.  El progreso terminó siendo tal que un par de décadas después se construyó una autovía por otro valle, lejos del pueblo pues el tránsito era demasiado para circular por las estrechas calles del pueblo.  El bar que ocupa la planta baja del edificio de viviendas construído en el mismo lugar, tiene un gran frente sobre ese cruce, amplio como la hipotenusa de un triángulo.

Que mi abuela, como ya en el pueblo había aprendido a leer y escribir, en Buenos Aires la pusieron de dama (bueno, damita, que era apenas adolescente) de compañía de una señorita adinerada con lo cual llegó a saber algo de francés y a tocar el piano, habilidades que yo nunca le vi dado que para cuando la conocí ya había olvidado la mayoría.   Que si vamos al caso, tampoco la oí hablar nunca gallego, aunque sé que lo hablaba, pues ella tenía educación y el gallego era para los campesinos analfabetos, tal era el prejuicio de la época.

En el 66 no existía el turismo de bajo coste, un viaje así era una experiencia única para hacer una vez en la vida.   Se ahorraba años para ello.   Todo era caro, los pasajes, los hoteles, todo, porque no había alternativas de bajo coste.  En Madrid, en el Hotel Nacional, frente a Atocha, que en esa época no tenía el MacDonalds que tiene en la esquina sino que esa era la enorme recepción, todo mármol, bronces y espejos.   En París, el Hotel du Louvre, a poca distancia de ese museo.  En Amsterdam en el Krasnapolsky en la plaza Dam, la principal, donde estaba la exclusa (dam) sobre el río Amstel, que le diera el nombre a la ciudad.  No recuerdo otros nombres de hoteles pero eran todos así, lo que ahora es un primer nivel y en ese entonces era lo único que había.