Tengo por ahí en la biblioteca el ‘manuscrito’ de mi libro, unas 400 páginas A4 impresas de a capítulo en capítulo en mi pequeña impresora de chorro de tinta, con las correcciones al margen.  Me recuerda una escena de la reciente película de Woody Allen, Medianoche en París.  Cuando el protagonista entrega su ‘manuscrito’ a la afamada escritora para que le aconseje, ¿se imaginan la sorpresa?  Algo que para nosotros es tan natural como ‘imprimir’, en esa época era un laborioso proceso de semanas o meses.  Para la época, eso no era un manuscrito sino una impresión de la mejor calidad.  Es curioso lo rápido que asimilamos los cambios.