mar 18 Ene 2011 |
Mucho se ha escrito y filmado sobre el tesoro de los caballeros del temple, especialmente porque nunca se ha encontrado. Quizás es que no haya nada que encontrar.
Los templarios formaron una de las primeras instituciones bancarias multinacionales. Estando presentes tanto en Europa como en Tierra Santa, aquellos peregrinos que iban a Jerusalén, obtenían una carta de crédito en la ‘sucursal’ templaria cercana a su origen para ser cobrada a su llegada a Tierra Santa. Muchos peregrinos también ponían sus bienes bajo la administración de la orden, para que cuidaran de ellos en su ausencia. Dadas las vicisitudes del viaje, muchas cartas de crédito jamás eran cobradas y las concesiones se extendían indefinidamente.
Un negocio, si se quiere menos loable, eran los préstamos. Dudo que se les haya escapado a los grandes maestros de la orden la posibilidad de colocar su capital a trabajar mediante el préstamo y cobro de intereses. Difícilmente podrían haber quedado al margen de tal negocio dado que los nobles guerreros eran poco dados a administrar bien sus fortunas y constantemente salían a pedir préstamos para solventar sus aventuras a aquellos a quienes simplemente no podían saquear.
Como cualquier banquero sabe, y los templarios fueron los primeros banqueros, un banco jamás tiene disponible todo el dinero de los depósitos, pues el dinero invertido (préstamos, acciones y otros instrumentos financieros) es más productivo que aquel guardado en la caja fuerte. De hecho, las autoridades financieras usualmente deben imponer un mínimo de capital que los bancos deben retener, usualmente en las bóvedas de la misma autoridad monetaria, para que los bancos no ‘jueguen’ con todo su capital.
Los templarios, como banco, no tenían ninguna autoridad fiscal superior que les impusiera un poco de prudencia. Más aún, la misma autoridad civil, los nobles y príncipes, eran los más despilfarradores y si algo le habrían exigido a la orden era que les prestara más y más dinero.
Ahora bien, ¿dónde estaba el oro de la leyenda? Cuando hace unos años visité Egipto y vi la máscara de oro de Tutankamón el guía mencionó el peso que, traducido en Euros, al precio del oro en aquel entonces, la mitad de lo que vale ahora, equivalía a un apartamento mediano en Barcelona, al precio actual diríamos dos. Fue sorprenderte darse cuenta que, salvo por su valor artístico e histórico, esa pieza no valía tanto en términos económicos. Para aquellos que saquearon las ciudades de medio oriente en las cruzadas, los tesoros que encontraban no tenían valor histórico o artístico y si tenían algún valor religioso, seguramente lo despreciaban por lo que usualmente fundían las piezas para hacer más fácil su transporte.
Por lo tanto, un par de siglos después de terminada la última cruzada, con los templarios perdiendo sus procesiones de oriente, con sus afamados tesoros que, a fin de cuentas no valían tanto, empeñados en préstamos a príncipes y nobles, muchos de ellos incobrables, la orden del temple no estaba mejor de lo que los bancos han demostrado estar en esta reciente crisis financiera.
Las autoridades, siendo juez y parte, concretamente la parte deudora, tomaron la vía más rápida: la liquidación (literal) de esta gran entidad financiera y la apropiación de sus activos, o sea, los inmuebles que tenían por toda Europa. ¿El tesoro dónde estaba? A lo largo de los siglos estos mismos nobles y sus antecesores se lo habían ido gastando en guerras y más guerras que los templarios estaban muy contentos de financiar. En ese entonces, los nobles no tenían con los templarios más que deudas, no podían cobrarle impuestos y ni siquiera podían pedirle más préstamos, por lo que ya no era beneficioso preservarlos. De un plumazo, liquidaron la orden y sus deudas.
enero 19th, 2011 at 19:52
¿El precio de la máscara de Tutankhamon se consideró con las técnicas metalúrgicas actuales o las de esa época? Porque hay cosas que variaron sorprendentemente su valor.
En la época del Cid, un caballo equipado valía más que tres casas, por eso en el poema siempre llevan la cuenta de los caballos que capturaban.
Hasta la Revolución Industrial, la tela era carísima, porque llevaba meses enteros hacerla. Un traje podía costar el sueldo de varios años. De ahí que uno, al ver pinturas de la época, nota que los pobres llevaban la ropa muy remendada, cosa que hoy no haría nadie. Por ejemplo, en el cuadro “Niños comiendo melón y uvas” de Murillo. (http://nutricion.hondublogs.com/files/2009/03/indice-de-biografias-esteban-murillo-esteban-murillo-ninos-comiendo-melon-y-uvas.jpg)
Hasta que se inventó la bomba de vapor para drenar las minas de hierro y carbón, los objetos de hierro eran carísimos. En algunos lugares, se hacían clavos de cerámica.
El aluminio era más caro que el oro, pese a ser uno de los elementos más abundantes de la naturaleza, hasta que se descubrió que era más económico extraerlo con electrólisis. El emperador Luis XVIII tenía un juego de vajilla de aluminio para sus huéspedes más destacados, mientras que los más pedestres comían en vajilla de oro y plata.
La insulina era prohibitiva en una época porque hacía falta matar a cientos de cerdos para obtener una dosis. Actualmente se obtiene de un microorganismo modificado genéticamente para segregarla.
Hoy en día, muchas de estas cosas no nos resultan tan onerosas. Eso nos libera para gastar el dinero en otros cientos de gastos que no existían en aquellas épocas: escolarización, medicina prepaga, heladera, microondas, viajes, celular… Y cuando la plata no alcanza, ¡al banco a pedir un préstamo personal! El ciclo de los templarios casi se cierra.
enero 19th, 2011 at 20:25
La estimación del precio de la máscara de Tuntankamón es nada más que por el oro que contiene, calculado al precio actual del oro por el peso de la máscara, como si se fundiera, tal como los saqueadores acostumbraban hacer con su botín.