Los apellidos no son una cosa tan antigua como creemos. Nuestros libros de historia tratan principalmente de aquellos que hicieron Historia, esa con mayúscula, relegando al grueso de la humanidad a un papel menor. No fue sino hasta los tiempos de Napoleón cuando los apellidos comenzaron a ser obligatorios y a ser registrados consistentemente para toda la población; cuando la administración civil, en este caso el registro civil como ahora lo conocemos, comenzó a hacerse cargo del registro de bodas, nacimientos y defunciones, cosa que hasta entonces hacía exclusivamente la iglesia. Sin embargo, aún ahora, las partidas de nacimiento raramente registran al recién nacido con su apellido, se deduce del de sus padres. Más aún, hay países donde el apellido no existe. La esposa indonesia de un amigo mío no tiene apellido de soltera pues en Indonesia no existen.

Esos grandes personajes de la gran Historia más que un apellido, como lo conocemos ahora, tenían un linaje en el cual se sustentaba su posición social, de allí la importancia de su uso. Para la persona corriente, sin embargo, el apellido no existía, no tenía ningún valor. Si Juan, por ser hijo de Fernando, lo conocían como Juan Fernández, si se iba del valle a la sierra, en la sierra lo conocerían como Juan del Valle y si la cosa hubiera sido al revés, en el valle lo habrían conocido como Juan de la Sierra. Claro que si el tal Fernando, padre de Juan hubiera alcanzado un logro importante como un título o tierras (que habitualmente iban de la mano), Juan y sus descendientes habrían sido Fernández.

Arrastrar el linaje de algún antepasado famoso es bastante frecuente en cuestión de apellidos, lo que se denomina ‘patronímico’. Sufijos como ‘ez’ en castellano, ‘son’ en muchos idiomas de raíz germánica, escandinavia, ‘sen’ en holandés, ‘fitz’ en gaélico (Irlanda y parte de Escocia) o el prefijo ‘ben’ o ‘bin’ árabe todos ellos significan ‘hijo’ o ‘descendiente de’. Más modestos son los apellidos derivados de lugares, ya fueran nombres propios de pueblos o regiones o referencias geográficas, muchos de ellos prefijados por ‘de’: del Valle, de la Vega, de San Martín.

Un tipo de apellido que no se da tanto en castellano como en Inglaterra son aquellos asociados a oficios. El apellido más frecuente en los países de habla inglesa es Smith, que quiere decir artesano o, más específicamente herrero. Así tenemos Tanner (curtidor), Carpenter (carpintero), Fisher (pescador), Carter (carretero), Goldsmith (orfebre), Mason (albañil) y muchos otros de la misma índole.

En Holanda, si bien los patronímicos son los más abundantes (Jansen, hijo de Juan) también los hay relacionados con los oficios: Smid y todas las deformaciones equivalentes al Smith inglés, Timmerman: carpintero, Bakker: panadero, Mulder: molinero y, siendo una nación de gran tradición marinera, casi todos los cargos y oficios de a bordo, por ejemplo Bosschieters: jefe de cañón. Los apellidos relacionados a oficios en Holanda son un poco menos frecuentes que en Inglaterra pues las normas de afiliación a las logias o gremios de artesanos eran más estrictas por lo que era ilegal darse a conocer como, digamos, herrero, si no se pertenecía al gremio o ‘guild’ correspondiente.

Curiosamente, Holanda cuenta también con una categoría de apellidos que señalaban la rebeldía contra la imposición napoleónica, por ejemplo: Naaktgeboren: ‘nacido desnudo’ o Poepjes:’me cago’, o sea, “¿quieres un apellido?, ¡pues toma!”.

Una categoría de apellidos que no he mencionado aún son los descriptivos tales como Elcano, Veloso (velloso, velludo o peludo) o Cabut (en catalán, cabezadura).

Esto nos da una idea de la importancia social que tenían los oficios en una y otra cultura. Recordemos que hasta hace poco más de 2 siglos los apellidos básicamente no existían para el grueso de la población, fue en ese momento cuando comenzaron los registros civiles y la gente hubo de adoptar un apellido. Aquellos que arrastraban un apellido o linaje lo registraban formalmente. El grueso de la población adoptaba aquel por el que era más o menos reconocido o por algún antepasado valorado. Justamente ahí, en esa valoración implícita en el apellido elegido es que éstos nos dan un pantallazo de los valores de la sociedad.

España todavía seguía apegada a la tierra. La España unificada de los Reyes Católicos (a quienes nadie conoce por sus apellidos sino por sus reinos), fue conquistada a los Moros a fuerza de tropas reclutadas con la promesa de señoríos sobre las tierras conquistadas. Otro tanto ocurrió con América. La riqueza estaba en la posesión de la tierra y era eso lo más valorado.

Inglaterra, en los inicios de la Revolución Industrial, llega a esta con y gracias a una clase media artesana inmensamente valorada, de allí tantos ‘Smith’.