Es fácil distinguir una ciudad moderna de una antigua, una tiene las calles amplias y rectas, la otra calles estrechas y retorcidas. Sin embargo, recuerdo haber leído hace años, cuando era joven y los viajes espaciales parecía que fueran a tornarse en cosa cotidiana para todos, que los planes urbanísticos para una estación espacial permanente, no el patético laboratorio que ahora sobrevuela nuestro planeta sino una verdadera ciudad con decenas de miles de habitantes, preveía tener calles estrechas, cortas y retorcidas.Habiendo vivido hasta entonces casi toda mi vida en Buenos Aires, las calles rectas, cruzándose en ángulos rectos, a intervalos regulares de una cuadra, concebir alguna ventaja en este esquema de calles retorcidas no me entraba en la cabeza.

Ahora, viviendo en Europa, cada tanto me encuentro en calles con esas descripciones. Reconozco que algunas de esas callejas son oscuras, sucias y ruinosas, lo que las hace deprimentes, pero cuando no adolecen de estas características, este esquema es muy agradable.

Mientras que una calle recta y amplia puede ser monótona, siendo un lugar igual a otro en toda su longitud, una serie de calles que se encuentran en ángulos caprichosos genera infinidad de vistas. Y atención que digo que se encuentran y no que se cruzan pues que un segmento pueda considerarse continuación de otro es raro. La variedad o calidad de un lugar donde, en realidad, se dispone de muy poco espacio es importantísima.

Estos encuentros caprichosos entre las calles generan rincones y ángulos interesantes y combinados con plazas, plazoletas, mercados, foros o claustros la variedad se hace enorme. Esto considerando solamente la parte inmóvil, luego está el uso y decoración que se le dé, bancos, plantas, fuentes, mesas de café, comercios y la imaginación de sus habitantes en sus ventanas y balcones.

La pregunta, entonces, es cómo se traslada la gente de un lado al otro? El centro de Buenos Aires, estrecho para los estándares del resto de la ciudad pero amplísimos comparados con los barrios antiguos de las ciudades europeas, es un atasco monumental aún con las restricciones al tráfico que tiene.

La solución en este caso es obvia, una estación espacial tendría un sistema público de tránsito bajo la superficie, de hecho, toda la sección habitable se construiría por encima de la sección de servicios: agua potable, aguas servidas, recolección de residuos, distribución de energía, transporte, etc.

Una estación espacial de la magnitud que se planteaba en ese artículo debería tener, además, su propia producción de alimentos. Las zonas habitables podrían integrarse con estas áreas de producción. Los ‘pueblos’ podrían alternarse con zonas abiertas e incluso con los piletones de las piscifactorías que, distribuidos como canales, podrían evocar Venecia, Amsterdam o Bangkok, todas ellas ciudades antiguas y que integran sus canales de forma totalmente diferente una de otra: en Venecia la red de calles se cruza con los canales, en Amsterdam va a los lados.

Y, en realidad, me pregunto si ese mismo concepto no es apto aquí en la Tierra. Las urbanizaciones modernas, amplias e impersonales pueden ser de más o menos categoría, pero siempre tienen ese aire a vivienda de bajo costo, lo que llamábamos los ‘monoblock’ o que los franceses llaman ‘banlieues’, un término que llegamos a conocer tras los actos de vandalismo de hace menos de un año en diversos puntos de Francia.

Es que habitualmente planeamos las zonas de oficinas y comerciales y las viviendas masivas y todas ellas lo hacemos como bloques monótonos. Las casas individuales surgen de diseños separados, de gente que compra un lote y lo construye a su manera. Todavía no hemos desarrollado la tecnología para construir eficiente y económicamente viviendas disímiles con alta densidad de población. Algo, quizás, como lo es el centro comercial La Plaza, en el centro de Buenos Aires, pero trasladado al ámbito de la vivienda.

La tecnología para eso puede estar en camino. Cada vez se construye más con elementos prefabricados, simplemente falta extender esa tecnología a más y más elementos e integrar todo el proceso mediante redes informáticas. Una fábrica de paneles debería poder recibir los diseños de un grupo de viviendas en un medio informático y programar sus máquinas para ir fabricando los diversos elementos. No solo sus dimensiones sino también los servicios embutidos en el panel y su aspecto, textura y color, podrían variarse de un panel a otro.

Cada uno de estos elementos, al llegar al sitio de construcción, sería identificado por su código de barras (o similar) y basado en el mismo juego de planos, hasta la grúa misma sabría dónde debe depositar el elemento. Esta secuencia de armado, que se corresponde a la de fabricación, de tal manera de no acumular inventario, habrá sido ensayada previamente por el mismo programa de diseño, para asegurarse (dentro de lo posible) que la construcción pueda progresar sin sorpresas. De hecho, una vez superada la parte de movimiento de suelos y fundaciones, donde se interactúa con el terreno existente, siempre una fuente de incertidumbre, la construcción podría ser similada en su totalidad.

Los operarios estarían provistos del mismo tipo de casco que ahora se está ensayando para mantenimiento aeronáutico, provisto de un visor semitransparente sobre un ojo en el cual podría ver no sólo la localización esperada del panel sino que luego le proveería de una lista de verificación de las fijaciones y conexiones que debería hacer de ese panel con los contiguos para llevar electricidad, agua y cualquier otro servicio embutido en los paneles.

Así, es posible que una futura urbanización sea un ‘pueblo antiguo’ muy acojedor y visualmente interesante, con una alta densidad de población y, sin embargo, sin apariencia de construcción masiva, aunque en realidad lo fuera.